El deporte siempre ha sido una parte muy importante de la identidad de mi familia. Jugar al voleibol, las carreras de fondo y ser activos forma parte de quiénes somos. Pero me costaba hacerlo por culpa de mi asma.

Cuando era niña, padecía una tos crónica. Entonces, un día, tuve un ataque de tos horrible que me dejó sin aliento. Recuerdo que no podía ni levantarme del sofá. Mis padres me llevaron al médico y ahí fue cuando me diagnosticaron el asma. 

Tenía que ver desde otra perspectiva, con mi inhalador, cómo mi hermano gemelo podía llevar una vida normal. ¿Por qué yo no podía cuando él estaba disfrutando a tope?

Sentirte un extraño

Mi familia siempre me apoyó mucho, pero no podían entender completamente por lo que estaba pasando. Les dijeron que mi asma era solo asma infantil y que desaparecería. 

A medida que mi enfermedad iba empeorando, se volvió más difícil para mi familia entender el dolor y los problemas que sufría cada día. Se hizo difícil para ellos detectar mis síntomas, ya que los de mi asma eran muy diferentes. Esto, junto al hecho de que tenía que aprender a soportar periodos largos de asma grave como algo “normal” para mí, significaba que los que me rodeaban no veían mi sufrimiento.

Me sentía aislada. Me preguntaba si era culpa mía. ¿Es porque no controlaba mi asma lo suficiente? Tuve que pasar mucho tiempo sola. Los ataques de asma me impedían ir a clase, al trabajo y participar en actividades sociales. Me ponía de mal humor y, a veces, me deprimía.

Mi asma también tuvo impacto durante mi carrera de enfermería. Tenía ansiedad y sentía que no podría ni siquiera acabar la universidad debido a todas las veces que no había podido ir a clase y a los exámenes que había tenido que recuperar. Después de trabajar duro y terminar mi carrera de enfermería, me preocupaba no conseguir un trabajo a tiempo completo debido a todas las bajas por enfermedad que había solicitado. Quería ser enfermera y ayudar a los demás, aunque casi no podía mantenerme sana a mí misma.

Y entonces, todo fue a peor.

Tocar fondo

Un día, sufrí el peor ataque de asma de mi vida. Fue una sensación horrible, no podía respirar. Llevaba una semana en la UCI, cuando el médico dijo que no sabía qué más podía hacer por mí. Realmente, llegué a pensar que me moría. 

Todo cambió cuando mi especialista pidió una segunda opinión. Este nuevo médico (que ahora es mi especialista) estudió mis biomarcadores, y también vio que tenía una erupción de dermatitis atópica en el cuello y pensó en la inflamación tipo 2. 

Mis médicos me hicieron análisis que confirmaron que mi asma lo provocaba algo llamado inflamación tipo 2. Me dijo que era una respuesta inmunológica hiperactiva que puede provocar algunas enfermedades, como el asma y la dermatitis atópica.

Sinceramente, me sentí muy aliviada. Por fin había un motivo que explicaba por qué me sentía así. Ahora sé que no era culpa mía.

Y saberlo, me ha ayudado a estar donde estoy hoy.

Un nuevo capítulo con asma

Cuando conocí el significado de la inflamación tipo 2, pude realmente saber qué pasaba con mi asma, y qué relación tenía con mi dermatitis atópica. 

Mi familia y los médicos también me entienden mejor ahora. Saben que no puedo controlar mi respiración y eso me ha permitido tener nuevas oportunidades a la hora de planificar cómo gestionarlo.

Siento que puedo ser una enfermera mejor y más empática con mis pacientes. Puedo ayudarles a defenderse, como he tenido que hacer yo.

También he podido volver a correr y a estar activa con mi familia, algo que me encanta. Ya no me quedo a un lado.

Mi experiencia con las enfermedades inflamatorias tipo 2 ha tenido muchos altibajos. Me ha enseñado muchísimo, y estoy muy orgullosa de la persona sana, independiente, responsable y determinada que soy hoy.

Rhiannon, Australia